Una maestra de la comunidad de Salamanca, Bacalar, celebra el Día de las Madres de manera oculta, pues esta efeméride no es considerada en su cultura
Artículos del hogar, cosméticos, accesorios y bisutería son las cosas que regularmente regalamos a nuestras madres el día 10 de mayo; sin embargo, esta práctica que para nosotros es normal, no lo es para otras culturas, como la de los menonitas, asentados en el poblado de Salamanca, en el municipio de Bacalar, al sur de Quintana Roo.
Para Aganetha Neufeld todos los días es levantarse al alba e iniciar las labores propias del hogar, después de agradecer al Creador como lo marca su religión, recoger los aproximadamente 70 huevos que sus gallinas ponen, ayudar en la ordeña de las vacas para después proceder a la elaboración de los diferentes tipos de quesos que comercializan en el municipio de Bacalar o en la ciudad de Chetumal, capital del Estado. Luego continúa con la limpieza de la casa y atiende a su hija adolescente Enya; además de ser la maestra de la escuela de esa localidad enclavada en el campo, donde no sólo enseña teología, sino otras asignaturas como historia, Aganetha Neufeld, a diferencia de otras personas de la comunidad menonita, es más abierta y acepta algunos hábitos de otras culturas como la nuestra, y una de ellas es festejar el Día de las Madres.
Los menonitas son un grupo religioso cuya doctrina se basa en la Santa Biblia como palabra de Dios, aunque tuvieron su origen en el norte de Alemania y Países, Bajos durante la Reforma Protestante del siglo XVI, hoy en día se encuentran en diversas naciones del mundo, como México, y en especial en el estado de Quintana Roo, a donde arribaron las primeras 30 familias en el año 2004 en busca de mejores oportunidades que las que Belice les ofrecía.
Las costumbres de los menonitas tradicionales son muy inflexibles, por lo que no hablan con extraños y sólo los hombres pueden entablar pláticas con personas ajenas a su comunidad, pero para Aganetha algunas reglas no deben de ser tan estrictas y, con una actitud más visionaria, emprendió el mes pasado, junto con su esposo Abraham, un proyecto gastronómico en las orillas del campamento, abierto a todo público; sin embargo, tuvo que cerrar, ya que va en contra de las reglas de la comunidad, pese a la gran aceptación que tuvieron, no sólo por parte de los habitantes de Bacalar, sino también de sus congéneres de otros campamentos aledaños. “Nos dijeron que no se podía tener el restaurante y tuvimos que acatar”, señaló.
Pero eso no le hace perder la sonrisa tímida con la que contesta las preguntas mientras degusta su comida del mediodía junto a su hija, y dice que espera ansiosa la celebración del Día de la Madre, pese a que no puede decirlo o susurrarlo, porque otras personas de su campo no lo hacen y no les está permitido realizar celebraciones paganas.
Lo espera ansiosa, porque ese día está exenta de las labores del hogar, su hija se levanta temprano y prepara el desayuno que comparten en la mesa, pues no pueden comer en la cama, (es una falta de respeto), pero aun así es fantástico el que no sea ella quien prepare la primera comida del día. Después se puede dedicar a las actividades que más disfruta, como andar descalza, desempolvar recuerdos o arreglar las plantas del jardín, mientras su esposo y su hija hace todas las labores que a ella le corresponden, además de las propias de su género, pero todo en complicidad, pues es mal visto por la comunidad.
Si es un día entre semana debe de acudir a la escuela e impartir clases de manera normal para evitar conflictos con el gobernador de los 16 campos que conforman la comunidad, ya que las infracciones a las reglas son muy severas e incluso pueden ser expulsados de la comunidad.
Después de impartir los conocimientos a los pequeños, Aganetha regresa a casa y prepara la comida en compañía de su hija, a quien es un gusto enseñarle los secretos culinarios de su cocina, para acto seguido, comer en compañía de sus seres queridos.
Para Enya es gratificante consentir a su madre, aunque sólo puede hacerlo cuando está en su hogar, no ante las aproximadamente mil 500 personas que habitan en los 16 campos de la comunidad a la que pertenece, pero le gustaría demostrar su amor en público porque su madre lo merece, y espera poder hacerlo algún día, así como sus padres esperan con paciencia poder volver a abrir de nuevo su restaurante.
El día 10 de mayo, en el que es mimada por su hija y su esposo, Aganetha no quiere que acabe, y suspira al agradecer a Dios la oportunidad de disfrutarlo, sin importar que sea solo una vez al año y no reciba regalos como perfumes, aretes, ropa o zapatos, porque no los puede utilizar.
PorEstoNet